El ángel de la guarda del Real Mallorca

Estos últimos cuatro días, aprovechando el parón de la Liga, he estado de viaje por Castilla-León y alguna Comunidad Autónoma cercana y dado que hacía muchos, muchos años que no visitaba sus capitales de provincia he sacado el tiempo necesario para ir a ver los estadios de fútbol de cada uno de ellas. He vuelto deprimido.

Yo empecé a seguir al Mallorca en septiembre de 1983 (mi primer partido fue en el estadio Helmántico de Salamanca hace ahora justo 38 años) y cada 15 días acompañaba al equipo en sus desplazamientos, por lo que evidentemente conocía todos los campos de fútbol españoles de las décadas de los 80 y de los 90. Aquella rutina se interrumpió en 1997 cuando me fichó Audiovisual Sport para retransmitir los partidos del equipo en ppv, lo que significaba viajar cada fin de semana a Madrid porque las locuciones se hacían siempre dentro de un estudio. Allí conocí a Manu Carreño, a Sixto Miguel Serrano, a Javier Lalaguna, a Jaime Ugarte o a Ramón Fuentes. Con algunos mantengo todavía contacto porque esa etapa se prolongó hasta el año 2009, cuando entró Roures a controlar los derechos y se llevó todo el chiringuito a Barcelona. Luego, durante los 12 últimos años, me he quedado en Palma por razones operativas de El Mundo, por lo que dejé de viajar con el equipo.

En consecuencia, por unas cosas o por otras hacía décadas que no pisaba estadios donde había visto morder el polvo al Mallorca ante rivales que entonces estaban por lo menos a su altura, incluso en algunos casos un escalón por encima. Estoy hablando de El Plantío de Burgos, de El Helmántico en Salamanca, de Las Gaunas en Logroño o, ya en un nivel más bajo, el mítico La Balastera de Palencia. De la antigua gloria de aquellos equipos queda sólo un recuerdo. De lo que eran sus estadios, también. Ayer me quedé helado viendo El Helmántico, que había visitado por última vez en 1997 en un partido decisivo para el ascenso a Primera. Ganó el Salamanca 3-1 y el Mallorca acabó condenado a la promoción -la famosa promoción de Vallecas-. Qué triste ver el estado en el que ha quedado un campo con tanta historia.

Castilla-León es la Comunidad Autónoma más extensa de España. Está formada por nueve provincias. Tras el descenso del Valladolid no tienen ni un solo equipo en Primera División. No sólo eso. Salvo el propio Valladolid y el Burgos, que subió este año, todos están en la antigua Segunda B o incluso más abajo. En el estadio -por llamarle de alguna manera- Adolfo Suárez de Ávila sólo se abre una pequeña puerta donde se coloca un señor con una mesita porque es más que suficiente para cobijar a los espectadores que acuden a los partidos del equipo, que está por cierto en Tercera División.

Muchos de los clubes históricos de España -no sólo de Castilla-León- o han desaparecido o se han refundado. Y los que no, atraviesan problemas económicos acuciantes. El Mallorca, en cambio, siempre ha sobrevivido. Contra carros y carretas, pero al final de un modo u otro acaba sacando la cabeza. Estoy por pensar que ahí arriba hay un ángel de la guardia que le protege. Primero fue Lluís Sitjar, luego Jaume Rosselló, más tarde Miquel Contestí, Miquel Dalmau y Bartolomé Beltrán. Ahora Andy Kohlberg y Robert Sarver. En sus peores momentos, cuando más comprometido está su futuro, siempre surge alguien para darle una mano y evitar que se ahogue.

Viendo El Helmántico, El Plantío (donde están comenzando una remodelación), La Balestera (que por cierto la han dejado preciosa, pero el equipo está en Segunda B y en proceso de conversión a SAD), Los Pajaritos, Las Gaunas o, ya más abajo, el estadio de la Ruta de la Plata, Anduva o el propio Adolfo Suárez, no puedo sino agradecer lo afortunados que hemos sido en Mallorca por no tener que vivir algo así. Es cierto que el club tocó fondo a finales de los 70, pero se salvó de la quema de la desaparición, de igual forma que también eludió lo peor con la entrada de la propiedad americana. Son en consecuencia días de vino y rosas y hay que disfrutarlos. Sobre todo viendo cómo están en otros lados.