Ocho años sin Luis Aragonés: la inolvidable anécdota de Carlitos

Se han cumplido hoy ocho años del fallecimiento de Luis Aragonés, el más grande entrenador que ha tenido jamás el Mallorca en toda su historia, y no quiero dejar la oportunidad de contaros una de las más graciosas anécdotas que viví con él durante su etapa en la isla.

Luis era en las distancias cortas un cachondo mental. Le costaba abrirse, pero cuando lo hacía te inundaba su personalidad arrolladora. Podías estar horas escuchándole y nunca, en ninguna circunstancia, dejabas de prestar atención a lo que te contaba. Además, era un genio contando historias. Te hacía reír a carcajada plena.

En la temporada 2000-01 el Mallorca arrancó un empate a uno del Camp Nou ante el Barcelona. Aquel resultado dejó muy contento a Luis, que por la noche, en el hotel Apolo, se soltó como nunca. Nos reunimos en torno a él un grupo de periodistas en la recepción y empezó a contar anécdotas. Nos habló de Gil, de Futre, de Romario. De mil y una cosas. El tiempo pasaba y aquello era una verdadera delicia.

Entonces, de repente, sonó el timbre del ascensor, se abrieron las puertas y un profundo olor a perfume invadió toda la recepción. Nos giramos todos de golpe hacia el origen de aquel aroma y vimos a Carlitos Domínguez vestido para las grandes ocasiones y dispuesto a celebrar por todo lo alto aquel empate.

Carlitos se quedó petrificado cuando vio a Luis. Y Luis, que sólo un minuto antes había contado un chiste sobre su primer encuentro con Gil, se irguió, se puso en tensión y miró a los ojos a Carlitos. Fue una de aquellas miradas que matan y al jugador sevillano le faltó poco para caer desmayado.

«Qué es lo que quiere, Carlos»? Preguntó Luis, muy seco y tajante.

La respuesta demoró unos segundos y vino precedida de un balbuceo nervioso. «Es que me he quedado sin agua y venía a buscar un botella».

Luis ni contestó. Carlitos se fue a la barra del bar, pidió una botella de agua, dio media vuelta y tal y como había salido del ascensor volvió a entrar en la cabina y pulsó el botón de su habitación. El aroma duró todavía unos minutos, pero por supuesto ya no volvió a verse ni rastro de Carlitos. Ni de Carlitos ni de ningún otro.

Ese era Luis. Genio y figura. El más grande entre los grandes. Personalmente fue un orgullo conocerle y haberle tratado en profundidad. Todos le echamos mucho de menos. Muchísimo.