La derrota que marcó a toda una generación

En la víspera del Mallorca-Cádiz de este viernes, que puede garantizarle la permanencia en Primera al Mallorca, quiero recordar otro Mallorca-Cádiz jugado hace ahora justo 40 años, en mayo de 1983. Aquel fue un partido que marcó a toda una generación, y seguramente los que como yo tuvieron la ocasión de verlo -y sufrirlo- compartirán mi opinión. Vamos con la historia de una de las derrotas más dramáticas que ha sufrido jamás el equipo.

A falta de tres jornadas para concluir la temporada 82-83 el Mallorca disfrutaba de una sólida ventaja en la clasificación. Sumar un punto le bastaba matemáticamente para ascender a Primera División y culminar así una hazaña que había comenzado sólo tres años antes en Tercera División y con una plantilla a la que la Federación le prohibía fichar profesionales.

La primera oportunidad se desperdició en Alicante ante el Hércules, pero nadie se rasgó las vestiduras. Es más, se iba a poder ascender en Palma ante el Cádiz a la jornada siguiente, y a tal efecto se preparó una monumental fiesta que comenzó muchas horas antes de un partido que, por supuesto, convocó un lleno absoluto en el Lluís Sitjar. El Mallorca llevaba ausente de Primera División desde 1970. Había llegado su momento.

El Cádiz llegó al partido prácticamente desahuciado. Dependía de un milagro. Estaba a tres puntos del Mallorca con sólo cuatro por jugarse -la victoria valía dos puntos entonces- y a dos del Deportivo, con el que además tenía perdido el golaverage. Con el Murcia proclamado ya campeón, las otras dos plazas de ascenso parecían seguras.

El Mallorca entró muy bien en el partido y acorraló al Cádiz, que permaneció con vida gracias a las paradas de su portero Claudio. Sin embargo, en el último instante de la primera parte un lanzamiento de falta de Rolando Ramón Barrera, seguramente el mejor ejecutor de golpes francos de la historia del club, se le escurrió por debajo de la barriga y acabó en el fondo de la red. 1-0 para los de Lucien Müller, a los que hay que recordar que les bastaba el empate.

El Lluís Sitjar fue una verdadera fiesta en el descanso. El Cádiz necesitaba dos goles y por lo visto en la primera parte el Mallorca era muy superior. Pero de repente, a los tres minutos de la segunda parte, un remate inesperado de Pepe Mejías superó a Ramón Reus y supuso el gol del empate. Un resultado que todavía era suficiente.

Lejos de amilanarse o de ponerse nervioso, el Mallorca renunció a especular y se fue a por el partido. Lo hizo con furia y con fe y creó muchas ocasiones. Veréis incluso en el reportaje como el poste escupe el 2-1. Además, Claudio hizo un segundo tiempo soberbio en el que lo paró absolutamente todo.

Firme en defensa, sin conceder apenas oportunidades, el equipo aguantó muy bien y a los 72 minutos se llevó una muy buena noticia, la expulsión por doble amonestación del central serbio Vojinovic, lo que dejaba al Cádiz con diez futbolistas.

Todo pintaba bien, pero a los 77 llegó lo inesperado. Socorro González pitó una falta a favor del Cádiz en un lateral del área. No parecía una zona de especial peligro, ni siquiera cuando cogió el balón el salvadoreño Mágico González, que acababa de llegar esa temporada a España tras haberse presentado en sociedad en el Mundial 82, y que había deslumbrado en Segunda División por su extraordinaria calidad, puesta de manifiesto en el Lluís Sitjar con un lanzamiento directo que sorprendió a Reus y que heló la sangre de los casi 30.000 espectadores que se apretujaban en el estadio. Acababa de suceder lo increíble.

Con 13 minutos de margen el Mallorca se lanzó a un zafarrancho de combate y asedió la portería de Claudio, pero no hubo forma humana de volver a marcar. No recuerdo mayor sensación de tristeza y decepción que la que se experimentó en el momento en el que el árbitro pitó el final del partido. El  estadio se vació en silencio. En un sepulcral e interminable silencio.

P.D. El Mallorca perdió el tercer y último partido en el Santiago Bernabéu ante el Castilla, pero favorecido por una sorprendente victoria del Rayo en Riazor acabó ascendiendo a Primera División. Sin embargo el dolor que causó aquella derrota ante el Cádiz nunca acabó de olvidarse. Jamás. El gol de Mágico González es una herida de la que no se ha curado todavía el mallorquinismo más vintage.