Ir contra el corporativismo arbitral siempre sale caro: 1983-84

Comparto la indignación que siente el mallorquinismo hacia los árbitros. Sin embargo la experiencia me ha enseñado que conviene ser pragmático y tragarse el orgullo cuando de lo que se trata es de poner en el punto de mira a los colegiados. No hay estamento más corporativista en el fútbol que el arbitral. Puedes tener por seguro que lo que digas contra ellos lo acabarás pagando. Y no precisamente en forma de sanción, sino de manera mucho más sibilina y dañina. Bienvenidos a la temporada 83-84, bienvenidos al año en en el que el Mallorca pagó con el descenso sus críticas al murciano Ángel Franco Martínez.

El dos de octubre de 1983, en la quinta jornada de Liga, el Mallorca recibió en el Lluís Sitjar al Sevilla, en aquella época un equipo de zona media. Se adelantaron 0-1 los andaluces, pero en la recta final de la primera parte remontaron los bermellones con dos goles del argentino Verón. Así se llegó 2-1 al descanso de un partido aparentemente normal.

Las hostilidades comenzaron mediada la segunda parte. A los 65 minutos Ricardo Serna envió a Juan Riado a vestuarios con una entrada del nivel de la Carcelén en Cádiz el pasado domingo. Franco Martínez saldó la acción con tarjeta amarilla, pero fijáos si sería dura la falta de Serna -que luego jugaría en el Mallorca- que el miércoles siguiente el Comité de Competición entró de oficio y sancionó al defensa central del Sevilla con cuatro partidos de sanción.

La decisión del árbitro de perdonarle la expulsión a Serna irritó a un palco ya de por sí muy sensibilizado porque en la jornada anterior Benavente Garasa le había perdonado un penalty al Atlético en su partido ante el Mallorca en el Vicente Calderón con empate a cero y el club se consideraba muy, muy perjudicado. Pero las aguas rebosaron definitivamente a los 91 minutos cuando una caída de Álvarez en el área fue sancionada con un penalty que, transformado por Pintinho, supuso el definitivo empate a dos.

Miquel Contestí explotó en el palco y, con él, todo el estadio. Franco Martínez se retiró a vestuarios protegido por los escudos de la Guardia Civil y luego tuvo que abandonar el Lluís Sitjar en un furgón policial porque cientos de aficionados, enfurecidos, le estaban esperando en la Plaza Barcelona. «Es un ladrón, nos ha robado el partido», dijo el presidente en todas las radios antes de anunciar que al día siguiente mandarían una carta de protesta oficial a la Federación. «No queremos que nos pite nunca más».

La respuesta de la Federación fue cerrar por un partido el Lluís Sitjar (la sanción se cumplió en la Copa ante el Badía de Cala Millor), pero lo que fue demoledor fue la forma en la que el colectivo arbitral castigó al Mallorca. En la jornada siguiente mandaron al catalán Miguel Pérez a Pamplona, a pitarle ante Osasuna, y sólo voy a mencionaros el resultado, 4-0. El resto os lo podéis imaginar.

Los errores arbitrales en contra del Mallorca continuaron durante toda la temporada pero llegaron a su cénit en el encuentro ante el Valladolid en el Lluís Sitjar del 18 de marzo de 1984. Dentro de poco se cumplirán cuatro décadas del día en el que se cayó el muro y en el que el equipo certificó su descenso con un arbitraje horrendo de Sánchez Molina-Soto, que primero expulsó a Zuviría a los 43 minutos y luego concedió el gol del empate pucelano después de que Da Silva se preparara el balón con la mano a los 70 minutos. No satisfecho con eso, dejó al equipo con nueve jugadores por expulsión de Estella.

De nuevo protestó oficialmente el Mallorca. De nuevo la Federación le cerró el Lluís Sitjar. Ahora por dos partidos. En cuanto a los arbitrajes, todo siguió igual hasta que matemáticamente se consumó el descenso.

Miquel Contestí aprendió una gran lección esa temporada. Nunca más volvió a hablar de los árbitros. Y no le fue mal con esa política porque viviría dos ascensos más a Primera.

¿Cobardía? No. Yo no le llamaría así. El cobarde es el que elude un combate que puede ganar o en el que por lo menos puede presentar batalla. El inteligente es el que evita un conflicto en el que está condenado a ser derrotado. Y en el caso del Mallorca, como en el de cualquier equipo que no sea Real Madrid o Barcelona, hablar mal de los árbitros es meterte en la boca del lobo.