Cuando ser sólo del Mallorca era complicado

Me llamó mucho la atención el debate que se montó ayer con mi última entrada al respecto de que muchos no entendían que se pudiera ser del Mallorca y a la vez de otro equipo, preferentemente Real Madrid y Barcelona. En la actualidad es fácil ser sólo del Mallorca, pero para mi generación resultaba bastante más complicado, así que me vais a permitir que os cuente hoy no ya una batallita de mi juventud, sino incluso de algo más atrás, de una época en la que era una cuestión de fe sentir sólo los colores bermellones.

Conservo como oro en paño mi primer carnet de socio del Mallorca. Abonado infantil temporada 78-79. Mi bautizo en el Lluís Sitjar se había producido en agosto del 78 con ocasión del Ciutat de Palma. El Real Madrid de Pirri, Benito, Juanito, Stielike y Santillana era el cabeza de serie del torneo, pero la atracción la constituía la presencia del Flamengo brasileño, que contaba en sus filas con el centrocampista Artur Antunes Coimbra, Zico, al que llamaban «el Pelé blanco», y que acababa de jugar con la canarinha el Mundial de Argentina.

Zico no viajó a Mallorca porque dijo estar lesionado. Fue una gran decepción para mí, pero luego la compensó la extraordinaria exhibición del Flamengo, que ganó aquel Ciutat de Palma pese a los desesperados intentos arbitrales por impedirlo en la final ante el Real Madrid, y que llegaron al punto de dejar a los cariocas con nueve futbolistas.

Aquel extraordinario partido -al menos ese fue el recuerdo que me quedó- me sirvió para dos cosas: primero, para desarrollar una profunda antipatía por el Real Madrid -y más tarde por el Barcelona-, al que habían ayudado descaradamente, lo que me pareció indignante; segundo, para decidirme a dar el paso y acompañar a un par de amigos a las oficinas del Lluís Sitjar el lunes siguiente para sacarnos el carné de abonado del Mallorca. Te lo escribían a mano y constaba de dos cartulinas. En una, blanca, estaba tu nombre, tu número de foto y tu fotografía. En la otra, roja, había una serie de números que correspondían a los 19 partidos de Liga que iban a disputarse en Palma. Cada vez que cruzabas la puerta de entrada -no había tornos- te perforaban la casilla correspondiente a esa jornada. No me perdí ni uno solo. También conservo esa cartulina roja, completamente agujereada.

Ya comprenderéis que para un niño de 13 años la posesión de un carné del Real Mallorca era un tesoro. Algo que enseñabas con orgullo en el colegio pese a que la gente te miraba como un bicho raro porque en mi curso era el único que lo tenía. Hasta muchos años después no entendí el motivo de aquel rechazo: el Mallorca era, en la temporada 78-79, poco menos que un paria. Venía de un descenso muy traumático de Segunda B a Tercera y de ser el primer club en la historia del ´fútbol español en encerrarse en un vestuario. Aquella reivindicación dio la vuelta al mundo, pero al club le sirvió de poco porque no arregló absolutamente nada. Ni los jugadores cobraron lo que se les debía ni sirvió para evitar un descenso humillante en un año en el que llegaron a cortarle la luz y el agua al estadio Lluís Sitjar por falta de pago.

Por supuesto yo todo eso lo desconocía. Tampoco sabía quién era Miguel Contestí, que en el verano de 1978 había salvado al Mallorca de la desaparición consiguiendo un préstamo de la mismísima Federación Española de Fútbol, aunque fuera a costa de renunciar a fichar jugadores profesionales hasta que se hubiera liquidado la deuda que se mantenía con anteriores plantillas, y que reclamaba la AFE.

Todo eso a mí no me interesaba. En mi ignorancia disfrutaba de cruzar las puertas del campo en compañía de mis dos amigos los sábados por la tarde .porque casi todos los partidos se jugaban ese día- y de comprobar que teníamos a nuestra disposición todo el campo. Bueno, todo no. En realidad sólo la tribuna cubierta, que era lo único que se abría al público. Nosotros no entendíamos por qué el resto del estadio estaba cerrado, pero se debía a un desesperado intento por reducir la mayor parte de gastos posibles.

Había tan poca gente en el Lluís Sitjar que podías disponer con total libertad de uno de los palcos privados que separaban la tribuna alta de la tribuna baja. En realidad eran compartimentos habilitados para que se sentaran cinco personas -dos arriba, tres abajo-, pero casi ninguno estaba ocupado, por lo que podías permitirte el lujo de cambiar en cada parte y seguir así muy de cerca los ataques del Mallorca.

Lo que pasa es que en realidad fútbol de ataque veías poco porque lamentablemente casi todo lo interesante sucedía en la otra parte del campo, en la que ocupaba el portero Javier, que había venido cedido del Betis. Aquel Mallorca era un equipo hecho de retales, de lo que había podido conseguir Miguel Contestí: militares, juveniles, cedidos y algún veterano ilustre, como Pepe Nebot, que fue el máximo goleador, y al que sólo necesitabas verle tocar un par de veces el balón para darte cuenta de que estaba a años luz del resto.

El Eldense fue el campeón del grupo V de Tercera División en el que, además del Mallorca, había otros cinco equipos mallorquines: Poblense, Constància, Margaritense, Atlético Baleares y Manacor. El Poblense fue el mejor de los insulares, séptimo, mientras que el Mallorca tuvo que conformarse con la decimotercera posición, y eso gracias a su gran final de temporada, que le permitió eludir unas posiciones de descenso a Regional Preferente con las que había estado coqueteando todo el curso.

En una época en la que apenas había fútbol televisado, en la que te pasabas los fines de semana pegado a la radio escuchando a José María García o a Héctor del Mar, en la que engañabas a tu madre escondiendo debajo de la almohada un pequeño transistor para escuchar con el volumen lo más bajo posible SuperGarcía en la Hora Cero -y más tarde, pasadas la una y media de la madrugada, a Carlos Pumares, por lo que despertarse al día siguiente era un suplicio-, resultaba imposible ser sólo del Mallorca. Al menos para mi generación, para niños preadolescentes que no habían conocido ninguna época medianamente digna en el club. Eras del Mallorca, pero también eras de otro equipo porque así podías competir en Primera División, que a todos nos parecía otro mundo, un mundo inalcanzable.

En mi caso simpaticé con el Atlético de Madrid porque el primer recuerdo que conservo de un partido de fútbol fue la final de la Copa de Europa de 1974, cuando yo sólo tenía 9 años. Aún tengo fresca la imagen de los jugadores tendidos sobre el campo llorando después de que el Bayern les hubiera empatado en la última jugada de la prórroga con un gol del central Schwarzenberg, al que dejaron avanzar en solitario hasta que llegó al borde del área y soltó un disparo raso al que no pudo llegar Pepe Reina. Me identifiqué con aquella desgracia y por eso el Atlético fue mi segundo club.

Os he dicho antes que en mi clase yo era el único en ser socio del Mallorca. Añado que en mi clase y en los otros dos grupos de mi curso. Ningún niño que yo conociera era simpatizante de un club que no salía en las colecciones de cromos que te intercambiabas en los recreos y que jugaba los fines de semana no ante Real Madrid, Real Sociedad, Athletic o Valencia, sino ante Eldense, Alzira, Gandía y Torrevieja contra los que, además, solía perder.

Resultaba deprimente ir al estadio los sábados por la tarde porque ya ibas mentalizado de que tu equipo no iba a ganar. Por supuesto cuando lo hacía aquello era una fiesta que solíamos celebrar comiéndonos una hamburguesa con patatas en el Perro Loco, que entonces estaba frente a la Iglesia de Sant Sebastià, muy cerca de su ubicación actual.

Por suerte el equipo acabó muy bien la temporada. Javier se erigió en un gran portero, Verdiel era un defensa muy sólido, Rafa Gallardo era el motor del centro del campo, Pepe Nebot era el maestro y Polo un goleador inesperado. Ser decimoterceros no fue un gran logro, pero sembró la semilla de la que el año que viene brotaría el gran Mallorca de Antonio Oviedo y de Perico Colombàs, que resucitó a las peñas provocando que tuvieran que abrirse las dos generales y la tribuna de sol. La sorpresa nos la llevamos nosotros al ver como aquel privilegio de disfrutar a nuestro antojo de los palcos se había acabado, pero la resurrección del Mallorca lo compensó todo. Tres años después, tras trece de ausencia, el equipo volvió a Primera División y entonces ya pudimos presumir en los patios de que su nombre apareciera en los álbumes de cromos,. A partir de ese momento resultó mucho más sencillo ser sólo del Mallorca.